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6/30/2019
Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles - Primera Misa Solemne del Padre David Carvajal
29 de junio de 2019
Iglesia Católica San Francisco Javier
Tulsa, Oklahoma
Hechos 12, 1-11
Salmo 34, 2-3, 4-5, 6-7, 8-9
2 Timoteo 4, 6-8, 17-18
Mateo 16, 13-19
El Museo de Arte Kimbell de Fort Worth posee un cuadro de Nicolás Poussin en su colección. La pintura representa la misma escena descrita en nuestro Evangelio de este domingo; Cristo confía las llaves del Reino a Pedro. La pintura se titula El sacramento de la Ordenación; es uno de los siete cuadros de Poussin que representan los sacramentos. El pintor ofrece esta escena del Evangelio para representar la ordenación de Pedro por Cristo. Sinceramente, al ver inicialmente esta hermosa obra de arte, debo declarar que me sorprendió la elección de este pasaje de las Escrituras para representar el Sacramento de las Órdenes Sagradas. Si yo pudiera dibujar o pintar más allá de figuras de palitos, habría seleccionado la Llamada de los Apóstoles, o quizás la Última Cena o el Lavado de los Pies para representar las Órdenes Sagradas, y no la entrega de las llaves a Pedro.
De una manera muy profunda, esto es lo que el Sacramento de las Órdenes Sagradas trae consigo: establece orden a partir del caos. Así como Dios creó el universo ordenado y todo dentro de él a partir del caos primordial de la nada, y el pecado provocó el desorden mediante el abuso de todo lo que es bueno, así Cristo restablece sacramentalmente el orden (más allá del orden original de la creación) a través del ministerio de Sus sacerdotes en el cuidado pastoral de Su pueblo, ya que los sacerdotes gobiernan, enseñan y santifican.
Por el sacerdocio de los bautizados, cada uno de nosotros comparte en la Cruz a través del Bautismo. San Pedro y San Pablo compartieron en la Cruz de Jesús; especialmente, Pedro, de una manera muy particular. Asimismo, mediante su ordenación de ayer y su futuro ministerio, el Padre David Carvajal compartirá íntimamente en la Cruz a través del sacrificio sacerdotal de Cristo de la expiación y la reconciliación cada vez que administre cada uno de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia. Es este aspecto sacrificial de la vida del Padre David como sacerdote lo que le permite guiar al Pueblo de Dios, el Nuevo Israel, desde la esclavitud hasta el egoísmo y del pecado hacia la libertad de los bautizados. Es este aspecto de sacrificio el que motiva a un sacerdote a ir a las periferias de la sociedad para llegar a aquéllos que de otra manera se derrumbarían debido al temor y la confusión. Es este aspecto sacrificial de la vida de un sacerdote lo que ilumina a un sacerdote con la verdad del Evangelio para iluminar a los que están perdidos en la niebla del error. Es este aspecto sacrificial el que permite a un sacerdote apartar a las personas del aislamiento amurallado experimentado como parte de una multitud de individuos hacia la Comunión ofrecida y compartida que nos hace Iglesia: el Cuerpo de Cristo. Como dijo el Obispo Konderla al Padre David en el Rito de la Ordenación: “Comprende lo que realizas, imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”.
La oración de la ordenación se refiere a los 70 hombres sabios a quienes Dios escogió para ayudar a Moisés a gobernar y llevar a Su pueblo elegido Israel de ser una multitud de refugiados en la esclavitud a la libertad de la tierra prometida. Moisés sigue al Señor y guía al propio Pueblo del Señor a través del desierto, un viaje hacia la tierra que les ha sido prometida, un viaje que requiere discernimiento y confianza en el Señor Dios. Es en este viaje que comienzan como refugiados en la esclavitud que se convertirán en un pueblo peregrino, el pueblo elegido de Dios, a través de la confianza fiel en Dios y en el agente elegido de Dios, Moisés.
Moisés le pide ayuda al Señor porque él la necesita. Él reconoce que hay un número cada vez mayor de personas que abandonan su identidad como el Pueblo Elegido de Dios creada por Su Alianza con ellos, y en lugar de eso, regresan con temor a una vida de esclavitud. Se arriesgan a perder su identidad como un solo pueblo, el pueblo elegido de Dios; se arriesgan a disiparse en una multitud de individuos, solitarios, en una vida sin sentido guiada por la esclavitud del miedo que los lleva al egoísmo y la idolatría.
El Señor entonces le responde a Moisés. El Señor elige a 70 hombres sabios. No son sabios por su educación, no son sabios por su experiencia, no son sabios por sus habilidades técnicas, son sabios por su disposición sincera a confiar en el Señor, y al hacerlo, reciben la gracia de Dios en una porción de Su Espíritu que ya le ha otorgado a Moisés. Estos ancianos deben servir como puentes entre el pueblo y Dios. Deben servir de puentes entre sí mismos, uniéndolos en la misión de la peregrinación a la libertad verdadera y duradera en Dios, cuando el miedo los separaría y rodearía de la esclavitud de los muros de aislamiento autoimpuestos y el egocentrismo.
Estos hombres elegidos prefiguran a los sacerdotes y su ministerio en la vida de la Iglesia. Un sacerdote es un puente, un pontífex. Como escribió el Papa Benedicto XVI: “Ningún hombre solo, confiando en su propio poder, puede poner a otro en contacto con Dios. Una parte esencial de la gracia del sacerdote es el don, la tarea de crear este contacto ... Como un acto de la infinita misericordia de Dios, llama a algunos a ‘estar’ con Él y convertirse, a través del sacramento de las Órdenes, a pesar de su pobreza humana, en partícipes de su propio sacerdocio, ministros de santificación, administradores de sus misterios, ‘puentes’ para el encuentro con Él y de su mediación entre Dios y el hombre y entre el hombre y Dios".
La vocación y el ministerio sacramental de un sacerdote requieren que él sea un puente, un pontífex como Pedro y Pablo, para aminorar la experiencia de aislamiento y pérdida de identidad de tantas personas hoy día, dentro y fuera de la iglesia, y llevarlas al sentido de pertenencia que Dios ha elegido dar a su pueblo a través de sus vidas y la comunión como Su Iglesia.
La médula del hecho de que el Padre David sea un puente como sacerdote está anclada en la conversación que Cristo inició con el Padre David cuando escuchó por primera vez el llamado de Cristo a seguirlo y cuando él dijo “sí” a Cristo. La vida del Padre David, como la de todo sacerdote, es una conversación constante de oración que concluye siempre con el sacerdote diciendo “sí” a Cristo en su ministerio. Esta conversación entre Cristo y el Padre David como sacerdote podría entenderse mejor a la luz de la conversación entre Jesús y Pedro que se nos revela en el Evangelio de hoy. La conversación en el Evangelio de hoy es sólo una parte de la conversación en curso que comenzó con el primer llamado de Cristo a Pedro para que lo siguiera. La conversación se intensificó cuando Cristo le dio a Pedro las llaves para atar y desatar como escuchamos en el Evangelio. La conversación continuó en la Última Cena con el lavado de los pies de Pedro y su promesa de fidelidad que se negará inútilmente. La conversación se aquieta en el Calvario. La conversación se hace eco por toda la tumba vacía, se reanuda cuando Pedro se redime y confiesa su amor por Cristo tres veces, y se manifiesta nuevamente en el testimonio de Pedro ante Herodes como se nos presenta en la primera lectura de hoy, y culmina en el martirio de Pedro: su sacrificio y muerte por amor. La conversación del Padre David comenzó al escuchar a Cristo en oración. Su conversación siguió al escuchar y decir “sí” a través de muchas conversaciones en su formación del seminario en la universidad y en su formación teológica; su conversación continuó al hablar con su obispo, en las promesas de su ordenación al diaconado y al sacerdocio; y continuará en su vida diaria de oración y en su ministerio sacramental y pastoral como sacerdote para la salvación del Pueblo de Dios que ha sido confiado a su amor; su conversación culminará cuando el Señor concluya la conversación llamando al Padre David a Su casa y escuche al Señor decir: “¡Bien hecho, siervo bueno y fiel!”
Finalmente, es importante tener en cuenta que, en el pasaje del Evangelio de Mateo de hoy, se le llama a Pedro “Simón, hijo de Jonás”. El nombre “Simón” se deriva de la palabra hebrea “shema” — que significa “escuchar”. “Jonás” se refiere al profeta del Antiguo Testamento que precisamente no hizo eso — se negó a escuchar. Como San Pablo nos recuerda, “La fe viene a través de escuchar”. El punto es que la Iglesia, y los sacerdotes y obispos a quienes se les confían cargos autoritativos para servirla, están llamados a escuchar primero y así reconocer que en verdad la autoridad les ha sido confiada y que pertenece a Cristo. Significa también que toda conversión es un esfuerzo gradual que marca el Reino de Dios. La perseverancia paciente debe caracterizar nuestra vocación sacerdotal y nuestro ministerio pastoral al acompañar al Pueblo de Dios hacia la Tierra Prometida de la Nueva Jerusalén.
El don de la autoridad correctamente ordenada por Cristo a su Iglesia resalta la necesidad de siervos correctamente ordenados que sólo pueden llegar a serlo a través de la simplicidad sincera de la fe, la esperanza valiente y la caridad justa y misericordiosa. No hay esperanza duradera ni caridad legítima sin entrar primero por la puerta de la fe. Esta simplicidad de la fe comienza al escuchar; luego responde a la Palabra escuchada mediante el servicio perseverante a los más necesitados. Los más necesitados son aquéllos a los que el Maestro nos envía para salvarlos del caos del pecado y el egoísmo y para admitirlos con Sus llaves en Su Reino y Hogar, la Iglesia. Padre David Carvajal, “cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas”.